Sobre Punto ciego

There they are, scroll accuracies of something similar. -Marianne Moore
A finales del siglo XX el desierto se volvió un locus recurrido por artistas plásticos y poetas. Hay dos razones que explican esta vuelta. La primera es la necesidad de un “cambio de escenario”: no sólo salir de la ciudad sino también salir de la montaña y de la selva, es decir, abandonar los escenarios de la cruenta lucha política del Perú de los 80s. El desierto fue concebido como esa gran zona de nadie, una especie de zona desmilitarizada, donde el arte podía comenzar a reconstruir alguna semblanza de sentido en medio de los vestigios imaginarios urbanos y andinos. Esta zona de nadie no es una zona mística, al menos no lo es en el mejor arte de la época–por ejemplo, los paisajes de Ica y Pachacamac de Ricardo Wiesse. Por el contrario, en todas estas variaciones del desierto uno no encuentra a la divinidad sino la ausencia del otro, que no es lo mismo. El otro-ausente o el otro-escaso aparecen como láminas sin espesor contra el espacio natural. No es el espacio el que ha de reconstruirse entonces sino esta falta de espesor, esta escasez de lo humano.La segunda razón es que no es el desierto sino su representación el tema (el locus) recurrido. Las obras del desierto reflexionan sobre los sentidos de sus propias técnicas de representarlo. Las manifestaciones más evidentes son la bi-dimensionalidad, el minimalismo, el sentido de la escala; en general, las obras sobre el desierto son amplias, largas, demoradas, repetitivas, expansivas. Y esto se aplica tanto a cuadros y fotos como a poemas. El principal obstáculo conceptual de estas representaciones es el mantra urbano de que “en el desierto no hay nada”. Para decirlo con el poeta mexicano Alberto Blanco “no es que en el desierto no hay nada sino que hay nada”. Y esa nada que hay (la burla anti-heideggereana de la filosofía analítica) es invisible al hombre. Lo que hay ha sido negado, borrado del campo visual: no debe estar ahí. La mayor parte del arte del desierto trata de hacer visible esta nada y representarla como materia prima, como habitat y no como lugar de escape, paraíso alternativo cuando el real se hace invivible.

Dentro de estas dos líneas se ubica el trabajo de LMB, apropiadamente titulado “Punto Ciego”. Como ejercicio de representación “Punto Ciego” propone la obliteración del punto de fuga: no hay escape visual ni conceptual. Y, por más que la puesta en escena haya sido la línea recta (foto tras foto remedando los interminables kilómetros de la Panamericana) este trayecto no va a ninguna parte. Una vez que la huída ha sido detenida reparamos en la representación. Lacan dijo de la arquitectura que era “algo organizado alrededor de nada”. Lo mismo podemos decir del desierto. Aquí, más que nunca, el desierto se ha vuelto su propia representación: el desierto es nada llevada a cabo con lenguaje.

Hace años, John Szarkowski (entonces curador del MOMA) dividió la fotografía contemporánea en “espejos y ventanas”. La idea era que las fotos o son ventanas a lo que hay afuera (el documentalismo es el epítome de esto) o son espejos del mundo interior (Minor White, por ejemplo). Una tercera posibilidad se abre ahora ante nosotros: lo que hay adentro y lo que hay afuera se condensan en la representación misma. El desierto no es un reflejo de nuestro mundo interior ni una región árida en la que “no hay nada”: el desierto es lo que divide ambas posibilidades.

Mario Montalbetti