Sigilar

Una de las posiciones más pretenciosas de la fotografía ha sido siempre la vigilancia. El ojo dominante que define, manda, aprueba, condena. La foto que dice, que sabe, que conoce. Autoridad de la imagen. La presunción del medio va junto a la presunción del fotógrafo quien, cámara en mano, lleva el arma; la cámara y el lente son herramientas que prolongan la fantasía del poder. Prótesis de ojo y mano, administran la ubicación de los cuerpos en el mundo, confieren jerarquía a las cosas, arman y desarman el escenario, inventan identidades y sobretodo creen en ellas.

En el lado opuesto, agazapado, cauto, Johnny Chávez sigila. Modula con cuidado la altura de su cuerpo al desplazarse, habla con calma y la mayor parte del tiempo atiende. Se diría que el órgano que usa Johnny para fotografiar no es solo el ojo sino también el oído. Porque el oído es menos glamoroso que la vista, solo quien no está atrapado en la crisis imaginaria de la visualidad puede vivir en ella a punta de oír. El oído afinado reconoce perspectivas y detecta distancias, pero a diferencia de la mirada que cae en una superficie para luego posarse en otra, el oído opera con canales simultáneos y móviles; ni estéreo ni siquiera cuadrafónico. Oír es nadar dentro de un caleidoscopio sonoro.

Desde este lugar es que J.Ch. ha trabajado los últimos años y ha reunido, con naturalidad, sin apuro, un amplio número de imágenes, parte de las cuales forman “Impulso”. La experiencia de recorrerlas se parece a ingresar en la arquitectura de algunos antiguos monasterios donde, con solo susurros, se crean ecos que transitan el espacio y alimentan la vida de la voz. En medio de él es posible ocupar un lugar entre los elementos, habitarlo, mudarse y regresar, con la elasticidad de los gestos secretos arrojados a un equilibrio precario. Aun utilizando una cámara de juguete, a este trabajo no le interesa la cosmetología de la imagen que circula vestida de azar. Lo suyo está más cerca del tempo análogo que de las aplicaciones descargables y los filtros del Photoshop. Estas fotos advierten que la aberración cromática, el desenfoque, las viñetas, cuando no se sostienen en una cabeza que los piense o en un hígado que los procese, son caramelos edulcorados para alimentar la obesidad visual de nuestra época.

Con pausa y con inteligencia esta fotografía convoca situaciones: el pie en el aire de la niña cubierta de lunares turquesas, el vaso de plástico que ha girado y humedecido el suelo, cinco papelitos blancos acompañando una llanta de bicicleta, periódicos respondiendo al viento igual que las olas, la mirada del perro desde su jardín agreste, el techo con raíces sobre un charco de agua, el volcán en forma de nube, la hoja suspendida, tres flechas negras señalando algún lugar incierto. Evanescentes, los eventos aparecen siguiendo pasos tranquilos como pulsaciones urbanas que hacen música sin saberlo.